Cómo empezar contando mi primera experiencia en Nueva York. Algo que he soñado toda la vida y que por fin he podido hacer realidad. No es fácil intentar contarlo todo de una manera coherente, sin dejarte llevar por las emociones. Pero tampoco es sencillo recordar este viaje, dejando a un lado expresiones como «todo muy grande», «todo como en las películas» o » todo guapísimo» sin más, que es de lo poco que he respondido a la gente que me ha preguntado.
Varias premisas creo que ayudarán en esta tarea. La primera, de entrada, es que el viaje ha cumplido las enormes expectativas que tenía ante él. La segunda, que es una ciudad demasiado grande y con demasiadas cosas que ver, como para sentirme un experto en ella con sólo (para algunos es mucho, para mí no) ocho días. Por lo tanto, esto es sólo una aproximación a Nueva York y no considero de una manera tan extrema como suelo escuchar, aquello de que esto es imprescindible, si no ves lo otro no tienes ni idea y sobre todo, lo que más odio y que viene en todas las guías o referencias a Nueva York: La mejor hamburguesa de la ciudad, el mejor perrito, la mejor pizza o el mejor lo que sea. Recuerdo que el concepto el mejor es sólo para una cosa. Cuando hay miles de los mejores, dejan de tener sentido. Seguramente, si mi abuela leyera este post (le enviaré un mail para que a menos de un mes de sus 90 años, me lea en su tablet), pensaría que es el mejor del mundo y lo cierto es que está realmente lejos de serlo. Por último, la tercera premisa que me he marcado para hablar de este viaje ha sido sencillamente, hacerlo de manera cronológica para darle algo de orden.
En primer lugar, la planificación pasaba por marcar las fechas, que irían del 2 al 11 de Abril. Tras el típico rastreo incesante de vuelos y hoteles, finalmente nos decidimos por un vuelo con escala en Frankfurt a la ida y en Zurich a la vuelta, con una y tres horas de escala respectivamente. En cuanto al hotel, tras valorar apartamentos y zonas alternativas, pensamos que la mejor opción era en Manhattan. Miles de opciones y por unas cosas o por otras, el Pod51 fue la elección final y fue todo un acierto, por comodidad, limpieza, modernidad y situación, en la calle 51 junto a la 3ª avenida. Para repetir y recomendar sin dudar.
Jueves, Día 1. Llegada y vuelta de reconocimiento
Pero empecemos desde el principio. Tras el largo viaje de avión, que incluyó estar a las 4.30h de la mañana en el aeropuerto, una escala a la carrera en Frankfurt por problemas con uno de los billetes (importante llevar el ESTA en orden en la mano, al contrario de algunas recomendaciones que había leído) y un fenomenal vuelo con películas a elegir, llegamos finalmente a Nueva York sobre las 14.00h. Los controles de aduanas y demás trámites en el aeropuerto JFK es cierto que son exhaustivos, pero tampoco cercanos a esas leyendas que siempre hemos oído. Mucha gente, muchas colas, poca amabilidad de los polis, fotos, escáneres de dedos y poco más. Con un poco de paciencia y tomándolo como parte de la experiencia del viaje, no supone ningún problema.
Un tren llamado Air Train nos dejó en el metro y éste finalizó el trayecto hasta la parada de Lexington, justo al lado de nuestro hotel. Con toda la tarde por delante, el ansia se nos apoderaba y solo queríamos dejar las maletas y comenzar a patear todo lo posible. Sin salir de nuestra calle y caminando hacia el oeste, todo nos venía a mano. Las avenidas 3ª, Lexington, Park Avenue o Madison tienen de todo para que el turista recién llegado se quede con la boca abierta y el cuello partido de mirar hacia arriba.
Durante el paseo, el Radio City Music Hall, el edificio Chrysler o la catedral de Sant Patrick’s contribuyen a ello. Precisamente entrar en la catedral fue de lo primero que hicimos en este paseo inicial y sin recordar que era Jueves Santo, nos quedamos impresionados de la inmensa cantidad de gente que había allí en misa. Realmente impresionante. Y tras ello, la salida de la catedral, directamente a la 5ª Avenida, justo enfrente de uno de los edificios de Rockefeller. Otro de los impactos que te ofrece la ciudad. Después del primer perrito caliente de rigor, sin saber si tienes o no hambre, como si tienes o no sueño, aún bajo los efectos del viaje, toca patear la que seguramente sea la avenida más famosa del mundo. Todas las tiendas del mundo (mención especial para el chasco que me llevé con la de la NBA), el Empire State, la biblioteca pública y todo el ambiente USA que uno se pueda imaginar. Finalmente, y tras pasar por la pista de patinaje de Rockefeller, acabamos el día en el micromundo de Times Square. Luces que pueden volverte loco y cantidades de gente inesperadas a cualquier hora del día y de la noche. No es lo más bonito de NY, pero sin duda es algo imperdible, impactante y que no se parece a nada en el mundo. Para ser el primer día y tras demasiadas horas danzando, ya era hora de dormir un poco. McDonald’s en la habitación del hotel y a la cama pronto.
Viernes, Día 2. Tour de contrastes
Para este día teníamos reservada una excursión en autobús. Es la que todo el mundo conoce como «Tour de contrastes» y casi todos mis conocidos que habían estado en la ciudad, la habían hecho. Es muy buena opción, sobre todo al inicio del viaje, ya que te da una idea de la ubicación de gran cantidad de cosas y te lleva a sitios donde de otra manera no irías. En una mañana visitas lo más importante de cuatro de los cinco barrios neoyorquinos, dejando a un lado Manhattan, que cualquiera puede descubrirlo con facilidad.
Evidentemente, tiene su parte negativa, como ver algunas cosas que no interesan a todo el mundo por igual o algo que siempre he detestado, como tener que hacer fotos desde el bus o corriendo por la calle porque el grupo tiene que continuar la ruta. Pero definitivamente, vale la pena.
Partiendo a las nueve de la mañana desde Manhattan, en primer lugar vimos Harlem y me acordé de algo que leí no sé donde, entre toda la enorme información que recibí antes del viaje. La gente intenta encontrar algo allí que no se corresponde realmente con la realidad. Sitios muy concretos y con historia que seguramente significan mucho en el imaginario de la gente, pero no acaban de dejarte una sensación importante al verlo. El famoso garito de jazz Cotton Club (personalmente me hizo mucha ilusión), el teatro Apollo del que nos dijeron que allí se consagran todas las estrellas y un par de iglesias que seguramente a los europeos nos impresionen menos que a los locales. En general, poca cosa concreta más. A continuación, visitamos la universidad de Columbia y para mí, sinceramente, nos lo podríamos haber ahorrado.
El segundo barrio que visitamos fue el Bronx y ahí, quieras o no, sí que hay algo que te impresiona y que te llama mucho la atención. Miles de historias y leyendas y unas calles que te recuerdan a mil películas. Además, esta sí es una de las cosas que valorar de este tour, ya que por ti mismo nunca te meterías en este barrio sin saber si realmente te la estás jugando. Allí las atracciones más destacables son los grafitis, tanto los artísticos con los que los turistas nos hacemos fotos, como los conmemorativos de toda la gente asesinada. Para cada persona caída por las balas en sus calles, hay un enorme grafiti a veces acompañado de un pequeño altar. Un niño que recibió una bala suelta de un tiroteo, un líder de una banda que sufrió un ajuste de cuentas, un rapero que ganaba demasiado dinero según sus violentos vecinos o el más famoso, el de un chico que estaba a punto de llegar a casa cuando unos policías le pidieron la documentación y acabaron acribillándolo a balazos (en concreto 41 y de ahí la canción «41 shots» de Springsteen). Como digo, lo bueno es que vas con mucha más gente y con los guías que te dejan bajar en unas zonas sí y en otras no, por alto riesgo, o sencillamente por no tener demasiado interés. Algunas de las cosas que también pudimos ver en este mítico barrio fueron la comisaría Fort Apache, famosa por la película y por supuesto el impresionante Yankee Stadium.
De los dos barrios restantes, una de cal y otra de arena. Poca cosa en Queens: El Flushing Meadows donde se juega el US Open de tenis, el escenario de una de las escenas de Men in Black y una zona residencial sin interés alguno para mí. Por otro lado está Brooklyn y su barrio judío. Muy interesantes todas las historias del emocionado guía sobre esta religión y su peculiar vida y más interesante aún ver a los judíos ultra ortodoxos en su barrio, en su hábitat total. Allí todo está hecho por y para ellos, sólo viven ellos y sus peculiares vestimentas y maneras de ser y actuar y sólo se ven alteradas por los grupitos de turistas que paseamos por allí, fotografiándoles con más o menos discreción, con más o menos educación. En mi caso, siempre trataba de hacerlo de la manera más disimulada posible, sin dejar ver que les estaba apuntando a ellos. Seguramente, en muchos casos los turistas se dedicarán a fusilarles sin piedad con las cámaras, lo que puede llevar a serios problemas, dado el extremo cuidado con que trata casi todo los temas esta religión.
Y para acabar el tour, seguramente lo mejor. El East River, los puentes de Brooklyn y Manhattan, el skyline y todo aquello que todos los ciudadanos del planeta tienen en su imaginario de lo que es Nueva York. Hicimos una parada en una playita entre los puentes, en la zona conocida como DUMBO (Down Under Manhattan Bridge Overpass) que, aunque suene a feo topicazo, nos hizo respirar la esencia de la ciudad, con todo aquello delante de nuestras narices. El tour finalizaba con algo tan simbólico como cruzar el puente de Manhattan. Realmente impresionante. Nuestro paseo por los barrios neoyorquinos acababa en Chinatown, sobre las tres de la tarde.
De nuevo en Manhattan, iniciábamos la ruta justo donde nos había dejado el autobús. Otro país se abría ante nuestros ojos, o eso es lo que nos hacía ver Chinatown. Carteles, gente y establecimientos únicamente chinos. No es algo especialmente bonito, pero sí muy peculiar y de visita casi obligada en toda ciudad que tenga un barrio así. Además, para integrarnos más en el ambiente, decidimos comer en uno de los restaurantes más autóctonos que vimos. Nos decidimos por uno que habíamos leído en alguna guía, aunque no sabría decir si realmente fuimos al mismo. La verdad es que fuimos los únicos turistas comiendo allí y a juzgar por el inglés nulo de los camareros y su escaso desparpajo, otros días tampoco debía ser muy diferente. Pedimos como pudimos algo de arroz y de carne y milagrosamente acertamos. Bastante bueno y bien de precio. No sé si para recomendar, pero aceptable en todo caso y una experiencia diferente. De allí, nos fuimos a hacer la otra visita obligada de la zona, Little Italy. Una calle (sí, solo una calle) repleta de restaurantes italianos.
Tras este pequeño paso por otros países, volvimos al New York más puro, con la entrada en el Soho y sus tiendas puramente yankees, donde no nos resistimos a comprar zapas y complementos varios. Y pasando la tarde paseando por sus calles, en algunos momentos algo perdidos -como buscando algo interesante en Tribeca que no encontramos- llegamos a uno de esos sitios que teníamos marcados en la agenda desde el principio, entrando ya en otro de esos barrios modernos que enriquecen la ciudad, el Village. Allí, queríamos ir a un concierto de jazz en el mítico Blue Note, donde todas las leyendas han tocado. El cuerpo nos pedía echar una ojeada al cartel y volver en otro momento, pero en media hora empezaba a tocar Kyle Eastwood (sí, el hijo de Clint) y decidimos aprovechar la ocasión. Evidentemente, el esfuerzo mereció la pena y fue otra experiencia increíble. Para la guinda, pudimos cruzar con él dos palabras tras el concierto, mientras nos hacíamos la foto de rigor y nos dedicaba el disco.
Para acabar el tremendo día, las piernas no nos daban más de sí y cogimos un taxi, también porque es algo que se supone que hay que hacer en NY, y nos marchamos a cenar a uno de esos sitios recomendados en todas las guías. El Jackson’s Hole tiene una de esas mejores hamburguesas de la ciudad. Y si no lo es, lo parece. Buenísimas y de dimensiones extremas, hasta el punto de no saber cómo cogerla y ser incapaz de acabártela. El día ya no daba para más y con las escasas fuerzas que nos quedaban llegamos andando al hotel, a cuatro o cinco calles de allí por la tercera avenida.
Sábado, Día 3. Brooklyn
Para este día teníamos la mañana reservada a los mercaditos de Brooklyn. El Flea Market y el de Williamsburg eran los dos de los que habíamos oído hablar. El día soleado acompañaba al plan, cogimos el metro y nos plantamos al otro lado del East River, aunque la verdad, es que no exactamente donde queríamos. Tras unos minutos de dudas y preguntas a los locales, cogimos un autobús que nos dejó exactamente donde teníamos pensado, en una zona similar a una cancha, acotada por la clásica valla y llamado Flea Market. Allí, lo que pudimos ver fue básicamente las cosas que la gente tiene en sus garajes durante años y que finalmente se decide a sacar a la venta en este tipo de mercadillos. Evidentemente, alguna morralla sin valor, cosas súper llamativas que te llevarías a casa y no sabrías ni cómo transportar ni dónde colocarlas y pequeñas joyitas con sabor del lugar. Un par de compras freaks y alguna sorpresa con los precios desorbitados de algunos bolsos, en un lugar supuestamente de cacharros con encanto y marcha hacia Williamsburg.
Queríamos ir a Williamsburg en bus, porque el conductor del anterior nos comentó que era la mejor opción y además, así podíamos ir viendo el barrio, pero no nos salió demasiado bien. Nos dimos cuenta de que teníamos que coger dos y tras el primero, el panorama que nos encontramos no era el más acogedor. Estábamos en una zona, en la que unos guiris como nosotros no debíamos estar. Finalmente pudimos coger el bus definitivo y a pesar de no tener monedas, le dimos pena al conductor y nos coló.
Una vez en el barrio conocido por ser donde nació el concepto «hipster», las tiendas y locales de la zona, dejaban ver que se trataba de un sitio de moda. Ropa hecha a mano bonita y cara, ropa de segunda mano súper llamativa, cupcakes, terrazas perfectamente decoradas y por supuesto la gente. Modernos por todas partes. Justo cuando empezamos a estar algo perdidos entre las principales calles como Bedford, Driggs o Berry y con algo de hambre, se nos acercó un chico para ofrecerse a ayudarnos. No era la primera vez que descubríamos la amabilidad con los turistas, pero este tío se lo curró mucho. Nos estuvo acompañando unos minutos y nos recomendó un sitio para comer, además de darnos un par de consejos sobre cómo movernos por allí. Seguimos su indicación y tras un paseo por un mercado de comida, directos a comernos otra hamburguesa más. Genial la recomendación, el Café Colette.
Después de comer, fuimos al mercado conocido como Artists and Fleas, el típico mercado cubierto, ubicado en un antiguo edificio remodelado, con DJ pinchando… tan de moda en muchas ciudades. En él, los diseñadores locales venden su ropa, joyas o cupcakes por un precio algo elevado, la verdad. Si te quieres rascar el bolsillo con algo realmente bonito y muy original, éste es el lugar, si no, al menos es un sitio muy bonito para visitar. Y una vez finalizado el recorrido, seguimos el consejo de nuestro amigo y cogimos un ferry que nos llevara río abajo hasta el puente de Brooklyn, nuestra próxima parada.
Y como no podía ser de otra manera, pasear con un barquito por el East River, con Manhattan y su skyline delante, fue algo increíble. Pasar por debajo de los puentes, ver todos los rascacielos y además disfrutar de un día soleado espectacular, qué más se puede pedir. Por supuesto, a la llegada al puente de Brooklyn, nos sentamos en un banco a observar uno de los paisajes más conocidos del mundo y una de las imágenes que te hacen soñar con Nueva York. El puente y el downtown, sobre el que algún día sobresalieron las torres gemelas y hoy lo hace la nueva torre de la libertad. Cuando alguien me hace la clásica y difícil pregunta sobre qué me ha gustado más del viaje, suele venirme todo esto a la cabeza, acompañado del momento mágico y mítico, justo posterior, de cruzar el puente de Brooklyn.
Una vez más en Manhattan, lo único que nos quedaba en el planning del día, era el downtown de la ciudad. El distrito financiero, con Wall Street y el famoso toro dorado (y sus testículos) y la zona cero con todos los recuerdos del 11-S, eran nuestro objetivo para las últimas horas del día antes de cenar. Entre medias, otra de las «joyas» de Santiago Calatrava. En este caso, otra peineta sobre una nueva estación de metro. Blanca y oxidada (o rovellada como dice el gran Eugeni Alemany, en un vídeo más que recomendable).
En el financial district, una visita rápida y cumplir con las fotos de todo turista, con imágenes icónicas que todos tenemos en la mente. En todo lo relacionado con el 11-S, todo lo contrario. Desde el momento en que se entra en la plaza donde estaban las torres gemelas, comienza a sentirse toda la emoción que conlleva. Nada más llegar, las fuentes justo en los huecos de las torres, rodeadas con placas de todos los nombres de las víctimas, te da el primer impacto. A continuación, la enorme Liberty Tower, que sustituye a las desaparecidas torres gemelas, es el segundo. Pero sobre todo, el museo en memoria del terrible atentado, golpea a cualquiera que lo visite. Fotos de todo tipo, vídeos de aquel 11 de Septiembre y audios que ponen los pelos de punta. Mención especial para el contestador de una víctima en el que sus familiares y amigos se preocupaban por él o para el mensaje de otra víctima a su novia despidiéndose de ella.
Se hacían las 9 de la noche, nos echaban ya del museo y mientras nos hacíamos las últimas fotos en la plaza, también nos echaban de allí a las 9.30, ya que también la cierran. El día no daba para más y nuestros pies tampoco. Taxi al hotel, cena en un bar con música en directo y a dormir.
Y hasta aquí esta primera parte del viaje. En próximos posts, Gospel, Outlets, Empire State… y mucho más.